CAPÍTULO VIII
DEL BUEN SUCESO QUE EL VALEROSO DON
QUIJOTE EN LA ESPANTABLE Y JAMÁS IMAGINADA AVENTURA DE LOS MOLINOS
DE VIENTO, CON OTROS SECESOS DIGNOS DE FELICE RECORDACIÓN.
Llevaban muy poco camino andado Sancho
Panza y don Quijotes,cuando se encuentran con treinta o cuarenta
molinos de viento, gigantes para don Quijote, con los que piensa
entrar en batalla y quitarles la vida, y lo quiere hacer por tres
razones:
- Primero, por aprovechar sus despojos
y enriquecerse, por ser esta buena guerra.
- Segundo,por ser un gran servicio de Dios.
Pero su escudero, Sancho Panza, le dice
que no son gigantes, sino molinos de viento. D. Quijote le
aclara que se nota que no está cursado en el asunto de
las aventuras. Le, reafirma, pues que son gigantes, y que si tiene miedo que
se retire y se ponga en oración en el espacio que él se va a
encontrar con ellos en “fiera y desigual batalla.
Dando espuelas a su Rocinante, sin
atender las instantes voces que su escudero le daba advirtiéndole
que eran molino y no gigantes, entra en batalla,
tras encomendarse a su Dulcinea,
y sale molido de los golpes que recibe de las aspas de los molinos que estaba en pleno movimiento merced a la furia del viento. Acude su escudero Sancho Panza, a socorrerle, y cuando llegó se encontró que no se podía mover.
tras encomendarse a su Dulcinea,
y sale molido de los golpes que recibe de las aspas de los molinos que estaba en pleno movimiento merced a la furia del viento. Acude su escudero Sancho Panza, a socorrerle, y cuando llegó se encontró que no se podía mover.
En el encuentro, se establece un
dialogo entre escudero y señor. Sancho en que la había dicho que no
eran gigantes, son molinos de viento. Don Quijote, envuelto en sus
delirios y dobleces le contesta que en las cosas de la guerra están
sujetas a continuas mudanzas, y que el sabio Frestón que le robó el
aposento y los libros ha vuelto los gigantes en molinos para quitarle
la glora de su vencimiento. Tras decirle su escudero que Dios lo haga
como puede, le ayudó a laventar, tornó a subir sobre Rocinante. Y
siguiendo hablando de la pasada aventura, siguieron el camino de
Puerto Lápice, con el deseo de hallarse allí con numerosas
aventuras, por ser lugar muy pasajero.
Siguen caminando, y don Quijote sigue
pensando en aventuras. Recuerda un caballero español llamado Diego
Pérez de Vargas, que en le rompieron la espada en una batalla, y
despejando de una encina un ramo y tronco, con el que hizo muchas
cosas. Dicho recuerdo le sugiere que del primer encinar que encuentre
con el tronco y rama que tome hará muchas hazañas.
Siguen con su diálogo. Sancho Panza
le sugiere comer. Pero don Quijote le dice que lo haga él. Sancho
Panza saca la comida de las alforjas y lo hace caminando detrás de
su amo, y de cuando en cuando empinaba la bota, con tal gusto que
pudiera envidiar al más regalado bodeguero de Málaga. Tan a
gusto iba, que solo pensaba en “andar buscando las aventuras, por
peligrosas que fuesen” (p.158).
“Aquella noche la pasaron y de uno
de ellos desgajó don Quijote un ramo seco que casi le podía servir de lanza... Todo aquella noche no durmió don Quijote, pensando
en su señora Dulcinea...No lo pasó así Sancho Panza, que se tiró
toda la noche dormido ”(p.158). Al día sigiente, al la salida del
sol se pusieron en marcha. Don quijote no quiso desayunar, le dio por
sustentarse de sabrosas memorias. Tomaron camino de Puerto Lápice,
y sobre las tres del día llegaron a él. “Aquí, dijo don
Quijote; podemos, hermano Sancho Panza, meter las manos hasta lo
codos en esto que llaman aventuras” (p.158) y le advierte, que
salvo que los que le ofendan sea canalla y gente baja, no ponga mano
a sus espada para defenderle, ya que eso no está permitido por las
leyes caballería, cosa que podrá hacer cuando sea armado caballero.
Sancho Panza le promete obediencia, y le hace saber que él es un
hombre pacífico y enemigo de meterse en ruidos y pendencias. Sin
embargo, si tuviera que defenderse de su persona, lo hará sin tener
en cuanta todas esa leyes, ya que las leyes” divina y humanas
permiten que cada uno se defienda de quien quiere agravarle” (p.
159). Don Quijote ratifica lo que dice su escudero Sancho Panza, y
éste le dice a su amo, que así lo hará.
“Estando en estas razones, asomaron
por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caballeros sobre
dos dromedarios: que no eran más pequeñas dos mulas en que venían.
Traían sus anteojos de camino y sus quitasoles. Detrás de ellos
venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban
y dos mozos de mula a pie. Venía en el coche … una señora
vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido , que pasaba a
las indias con muy honroso cargo. No venía los frailes con ella,
aunque iban el mesmo camino, mas apenas los divisó don Quijote,
cuando dijo a su escudero:
- “Yo me engaño, o esta ha de ser la
más famosa aventura que se ha visto” (p. 159), confunde los bultos
negro por algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en
aquel coche, lo que demanda deshacer dicho tuerto. Sancho Panza le
dice que ellos no son” frailes de San Benito, y el coche debe ser
de alguna gente pasajera, y que mire bien lo que hace , no sea el
diablo que le engañe” (p. 159). Don Quijote le dice que él sabe
poco de achaques de aventuras e insite que lo que le dice es verdad y
lo verá.
En ese momento se pone en la mitad
del camino y entra en batalla, diciendo en alta voz: “gente
endiablada y descomunal, dejad luego y al punto las altas princesa
que en ese coche lleváis” (p. 159). Arrmete contra el primer
frale y lo lanza al suelo, y el segundo fraile se lanza a correr más
ligero que el viento. Sancho Panza se lanza al fraile para quitarle
los hábitos, despojos. En ese momento llegan a él lo mozos de los
frailes, que nada entendían de lo que les comentaba Sancho Panza, y
lo tiraron al suelo, le molieron a coces y le dejaron sin sentido.
El fraile torno subir a caballo, se fue a recoger al otro, y
decidieron seguir su camino “haciéndose más cruces que si lo
llevara el diablo a las espaldas” (p. 161)
Don Quijote estaba hablando con la
señora del coche de su hermosura, y que se presentaran ante su
Dulcinea y le comunicaran cuanto habían visto hacer su libertad.
En ese trance un escudero de los que el coche acampaba, viendo ue lo
les dejaba pasar, le coge a lanza y le dice y le maltrató de
palabra, a lo que don Quijote con mucho sosiego le respondí:
- “Si fueras caballero, como no
eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento,
cautiva,criatura” (p. 162)
El vizcaíno se sintió ofendido y en
singular batalla le da una cuchallada a Don Quijote encima de un
hombro, por encima de la rodelka, que, a dársela sin sin defensa, le
abriera hasta la cintura. Don quijote, que sintió la pesadumbre de
aquel desaforado golpe, dió una gran voz diciendo:
-”¡Oh señora de mi alma, Dulcinea,
flor de la fermosura, socorred a este vuestro caballero, que , por
satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se
halla¡ “ (P. 163)
Al terminar de decir esto don Quijote,
aprieta la espada, se cubre bien con su rodela, arremete con
determinación al vizcaino, aventurando todo a un solo golpe. El
vizcaíno, al verlo venir contra él, lo espera cubierto de su
almohada, sin poder rodear la mula a una y a otra parte, que de puro
cansada no podía dar un paso.
“La señora del coche y demás
criadas suya estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas la
imágenes y casas de devoción de España, porque Dios le lebrarse a
su escudero y a ellas de aquel tran grande peligro en que se
hallaban” (p. 163)
El autor deja pendiente para contar
en la segunda parte.
“La estructura es triádica: un
diálogo explicita lo que cada uno de los dos personajes ve o
entiende por real: el protagonista para a la acción, y un diálogo
final cada uno comenta lo acaicido, confirma su actitud o acomoda los
hechos a su postura individual. Se producen dos alternancias que
serán fundamentales a lo largo de la novela: entre la acción y el
pensamiento; y, dialógicamente, entre una y otra concepción
personal. La conjunción de ambas contraconcepciones, en las que se
introducerán muchos personajes, origina el pluralismo de
sentidos”(D. Quijote de la Mancha. Edicción Instituto Cervantes
1605-2005. Barcelona 2004 de Claudio Guillén)
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